“Buena parte de Málaga ya se ha perdido”: así se desvanece
el patrimonio arquitectónico de una ciudad
Una normativa anticuada y escasa, el desarrollo turístico y la gentrificación se han convertido en un tsunami que acaba con edificios e interiores valiosos, pero exentos de protección. Los ciudadanos empiezan a coleccionar sus recuerdos
NACHO SÁNCHEZ
Málaga - 14 DIC 2023 - 05:30 CET
Uno de los dibujos de Óscar Hilillo, con los que busca poner en valor aquellos elementos que pasan desapercibidos.
ÓSCAR HILILLO
Envuelto con mimo, Óscar Hilillo, saca de su mochila un precioso azulejo blanco y azul. Abre poco a poco el plástico de burbujas y, con cuidado, lo deja sobre la mesa. Está hecho a mano y tiene más de 200 años. Lo recogió de un contenedor, como otros muchos elementos que ha ido recopilando durante más de una década. Es el tiempo en el que ha documentado y denunciado cómo el patrimonio arquitectónico de Málaga desaparece. A veces son edificios enteros. Otras, elementos interiores como suelos hidráulicos o zócalos que decoran una pared. Y en algunas ocasiones son detalles que a simple vista pasan desapercibidos, como forjas, balcones, ventanas o artesonados. “La ciudad está perdiendo su identidad, lo que la hace única”, explica este joven formado en comunicación audiovisual que, además de una colección de piezas recuperadas, ha hecho acopio de miles de fotografías que permiten contrastar paso a paso cómo el pasado de la capital malagueña se desvanece derribo a derribo. “Ahora buena parte de su historia está solo en los libros: en la realidad ya se ha perdido”, lamenta.
Hilillo fue una de las personas más implicadas en la manifestación convocada en marzo de 2019 para intentar parar la demolición del edificio conocido popularmente como La Mundial, muy cerca del mercado de Atarazanas. Como él mostraba con cartelería y vídeos, se quejaban de los planes para la demolición del inmueble, levantado en el siglo XIX por Eduardo Strachan.
Defendían su valor histórico, pero no sirvió de nada. Fue derribado días más tarde para levantar un polémico hotel diseñado por Rafael Moneo y, al lado, una nueva versión del edificio demolido. “Una vez que algo se tira, lo perdemos, no se puede recuperar. Y por desgracia lo hemos comprobado en La Mundial: la que se demolió no tiene nada que ver con la reconstruida. No solo son materiales contemporáneos, es que es un proyecto en manos de un premio Pritzker que no termina de conseguir una copia mimética, así que imagínate al resto”, opina Rafael Pozo, responsable de la Oficina de Rehabilitación del Colegio Oficial de Arquitectos de Málaga.
Aquella fue la primera gran movilización en defensa del legado local. Sirvió para mostrar la creciente preocupación entre los malagueños y a finales de ese año un grupo de ellos, Hilillo incluido, ejercieron de anfitriones en las XV Jornadas de defensa del patrimonio español tituladas Ciudad vs Marketing.
La desaparición de edificios completos es el escalón más visible, pero antes hay uno que pasa casi desapercibido.
Está oculto porque se refiere al valor que tienen muchos inmuebles en su interior y al que los niveles de protección de las administraciones suelen hacer aún menos caso. Ahí se incluyen artesonados, suelos, forjas, ventanales o azulejos como los que periódicamente Hilillo rescata de las cubas con destino a vertederos.
“¿Por qué no se mantienen donde están? ¿Por qué no se recuperan?”, se pregunta quien tiene ya el ojo entrenado para detectar cuándo una obra de rehabilitación modifica cualquier elemento original. Su larga trayectoria y la extensa documentación que realiza —esos más de diez años fotografiando su entorno— le permiten hacer comparaciones de los cambios. Algunos ejemplos son incomprensibles, afirma. “Se pasa de interiores históricos y con mucho valor a diseños estándar que podrían estar en cualquier ciudad del mundo”, insiste Hilillo, que pone como ejemplo el caso de un edificio en calle Fresca, en el centro, donde unas bonitas vidrieras, varias puertas, rejas y azulejos han sido borrados en la reforma. “Y por defender todo eso hay quien me dice antimalagueño”, suspira.
Edificio esquina calle Santa Lucía y Luis de Velazquez. Tiene protección de Grado I pero eso no fue impedimento para que sus carpinterías originales fueran sustituidas por otras de PVC. El interior (menos la escalera)
también se destruyó junto con las solerías hidráulicas.
ÓSCAR HILILLO
Normativa obsoleta
El malagueño apunta que no todo es negativo. Hay buenas muestras de recuperación, como la que hizo Mayoral de la antigua fábrica de Intelhorce o la que sirvió para que la antigua Casa de Misericordia de la ciudad —inaugurada en 1862— acoja desde 2012 el centro cultural La Térmica.
Otro ejemplo claro de esa tormenta perfecta es la villa La Atalaya, en la zona este de la ciudad. Era una casona de casi un siglo de vida con elementos de interés —solerías hidráulicas o una gran escalera de madera— y un exterior que compartía rasgos comunes con la arquitectura de la zona. Fue derribada legalmente porque el edificio no tenía protección.
Después, la Gerencia de Urbanismo municipal arguyó que durante dos años sus técnicos habían intentado visitar la vivienda para estudiarla, sin éxito.
No lejos de allí, en 2019 las piquetas derribaron Villa Maya, casa que había sido refugio de víctimas de los dos bandos en la Guerra Civil, pero la protección como lugar de la memoria histórica tampoco llegó nunca. Dos años después, el consistorio malagueño instaló una placa para recordar su valor.
Un 'post' de Instagram que denuncia la demolición de la villa La Atalaya, ya desaparecida.ÓSCAR HILILLO
“El municipio no hace absolutamente nada, penaliza la conservación y premia al derribo”, insiste el arquitecto Ico Montesino, de 41 años, que cree que la ciudadanía no percibe esa pérdida de riqueza interior porque quedan eclipsados por aquellos en los que sí se ha hecho bien; pero también por lo que denomina “fachadismo”. Es decir, se conserva toda o parte de la fachada pero desaparece el resto de un inmueble, dando la sensación de que se ha mantenido al completo.
Montesino habla de uno de esos casos y se refiere al antiguo Palacio Solecio, reconstruido al completo —solo se mantuvo en pie el exterior— para albergar un hotel. En el proceso, asegura, se perdió buena parte de su identidad, además de “desvirtuar” el edificio original. También va más allá. Habla de un tercer escalón en la espiral de destrucción de patrimonio: la destrucción urbanística. Es lo que ocurrió con la desaparición de la calle Pasillo de Atocha bajo, de nuevo, el hotel de Moneo. “El entramado urbano es el que sustenta la arquitectura. Si se pierde una calle se pierde su nombre, el camino que utilizaban los vecinos, parte de la ciudad. Y todo por hacer un hotel”, añade quien, además, critica que la remodelación de calles haga que se pierdan pavimentos, como viejos adoquines o cantos rodados, “algo que también influye en la desaparición de oficios tradicionales”. Hay zonas en las que simplemente se sustituyen por asfalto.
Paño de azulejos de principios de siglo XX en la calle Ferrandiz que desaparecieron junto al palacete de los años treinta que se demolió en 2019. ÓSCAR HILILLO
* Extractos del artículo-entrevista que me realizó el periodista Nacho Sánchez para el periódico El País en Diciembre de 2023
Adoquinado en perfecto estado aparecido bajo el asfalto de Calle Carretería y calle Álamos. Incluso la vía del tranvía se encontraba intacta. ÓSCAR HILILLO
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